En el arranque del nuevo año, la península ibérica y el sur de Francia se han visto azotadas por un temporal de frío y nieve extraordinario, sin precedentes en algunos territorios. Las fuertes nevadas, con acumulaciones de más de 50 cm de nieve en dos días, han mantenido en alerta a gran parte del centro y este peninsular además del sur de Francia por este evento meteorológico extremo.
En los Pirineos, hemos alcanzado un récord histórico de temperaturas esta vez por frio, llegando los termómetros de la estación meteorológica del Clot del Tuc de la Llança (Pallars Sobirá, Lleida) la noche de reyes a los -34ºC.
Aunque no existe una única definición consensuada que defina en qué consiste una ola de frío, según la Agencia Estatal de Meteorología se trata de un episodio de temperaturas anormalmente bajas, que se mantienen varios días y afecta a una parte importante de un territorio determinado. En estudios de la misma Agencia, estos episodios de frío se han considerado eventos meteorológicos extremos cuando “durante 3 días consecutivos, al menos el 10% de las estaciones consideradas registran mínimas por debajo del percentil del 5% de su serie de temperaturas mínimas diarias de los meses de enero y febrero” respecto a un determinado periodo de referencia.
Aunque los datos estadísticos relativos a los registros observados todavía no han sido publicados por AEMET y METEOFRANCE, y seguro necesitará de un análisis pormenorizado, todo parece indicar que así es.
A partir del momento en que hablamos de comparar frecuencias e identificar tendencias, es importante aclarar la diferencia entre meteorología y climatología. La meteoróloga es la rama de las ciencias del clima que estudia las condiciones atmosféricas transitorias en un momento concreto. Si empleamos un símil doméstico, diríamos que la meteorología es la ciencia que estudia el humor que presenta un niño un día concreto, en un momento dado. Desde esta perspectiva, el temporal de frío y nieve que ha acompañado a la borrasca Filomena se explica como una conjunción de dos situaciones meteorológicas muy concretas: una borrasca húmeda de origen tropical proveniente del golfo de Cádiz que ha chocado con las masas de aire muy frío procedente de un anticiclón del Atlántico, que lleva días inyectando aire polar, frío y seco en la península. Como esa masa de aire frío se ha mantenido durante la entrada de la borrasca, Filomena se ha topado con suelos muy fríos que rápidamente han transformado su humedad en nevadas abundantes y la persistencia del aire frio ha provocado también su persistencia y transformación en hielo.
En cambio, para saber si esta situación obedece a algún patrón, o presenta un cierto comportamiento cíclico a lo largo del tiempo, es necesario recurrir a la climatología, que podría resumirse como la ciencia que trabaja el análisis y estudio de las condiciones atmosféricas permanentes o habituales de una determinada zona geográfica. En otra palabras y siguiendo la metáfora anterior, estaríamos hablando del estudio de la personalidad del niño. Es desde esta ciencia de la tierra y no desde la meteorología, desde donde podemos obtener respuestas más o menos robustas sobre si estos y otros fenómenos meteorológicos extremos podrían estar incrementando su frecuencia y su intensidad debido al cambio climático.
En este sentido, AEMET actualizó en 2020 un estudio titulado “Olas de frío en España desde 1975- Servicio de Banco Nacional de Datos Climatológicos-”. Este informe ha permitido documentar cómo, más allá de las percepciones subjetivas y del momento, estos episodios han ido disminuyendo tanto en número como en duración a lo largo de los últimos 45 años (figura 1): mientras en el período 1976-1990, el número de olas de frío en España fue de 23, en los siguientes quince años (1991-2005) la cifra se redujo a 20; y, finalmente, en los últimos tres quinquenios (2006-2020) solo se contabilizaron 16 episodios.
No obstante, podría decirse que el talón de Aquiles de la climatología es que son necesarias series de datos muy largas y/o muy homogéneas para poder identificar tendencias robustas y fiables. Por un lado, disponemos de pocas series históricas de fenómenos extremos porque estos son raros por definición, lo que significa que hay menos datos disponibles para analizar su evolución. Por otro lado, existe una cobertura menor de estaciones de medida en determinadas zonas del territorio como las montañas (especialmente a cotas superiores a 1.500 metros), lo que provoca un “vacío” de datos en determinadas zonas, alturas y para determinadas variables. Esto genera sesgos en los análisis, especialmente cuando hablamos de datos de nieve. En este sentido, el OPCC trabaja, en colaboración con la Universidad de Zaragoza, Agencia Estatales y Regionales de Meteorología de España, Francia y Andorra y otros organismos científicos, desde hace ya una década en mejorar las bases de datos climáticas necesarias para dar mayor robustez al estudio del clima en los Pirineos, superando además las fronteras administrativas.
Aunque no se puede afirmar que Filomena sea una consecuencia directa o exclusiva de la crisis climática mundial, ha sido ampliamente demostrado por la comunidad científica internacional que cuando la temperatura media de la tierra aumenta (o disminuye) por cualquier causa, los eventos meteorológicos extremos experimentan cambios en su comportamiento a nivel mundial.
A falta de datos más robustos, en el caso de las olas de frío podemos afirmar que la tendencia en España parece estar a la baja. En cambio, merece la pena recordar que las olas de calor, mucho más letales, muestran una tendencia significativa hacia una mayor frecuencia y magnitud en toda la cuenca mediterránea (figura 3).
Según los estudio preliminares realizados por el proyecto CLIMPY (Interreg-Poctefa) en relación a los extremos de temperatura, es altamente probable que esta tendencia se confirme también en los Pirineos durante las próximas décadas, donde los principales modelos prevén aumentos de hasta 40 días en las rachas cálidas, especialmente intensa en la vertiente sur de la cordillera (figura 4).
Prestigiosos estudios han estimado que alrededor del 75% de los actuales extremos de calor observados en tierra firme son directamente atribuibles a la acción del hombre (Fischer y Knutti, 2015). También los episodios de precipitaciones extremas parecen haber aumentado considerablemente desde 1980 y este aumento es coherente con el aumento de las temperatura media mundial (Lehmann et al., 2015).
Las evidencias científicas son cada vez más robustas. Todo apunta a que tanto los cambios en los valores medios de la temperatura a nivel mundial como los cambios en el comportamiento de los extremos meteorológicos son consecuencia directa del cambio climático antropogénico (IPCC. 2015; EEA. 2016).
Por tanto, para hablar de cambio climático no hay que dejarse influenciar por la percepción subjetiva de un invierno excepcionalmente frío, hay que seguir estudiando las tendencias y variaciones sobre los patrones históricos. El cambio climático conlleva grandes contrastes, sin olvidar que el año 2020 fue el año más cálido jamás registrado, seguido de cerca por el 2015, 2016, 2017 y 2018 (Copernicus, 2020 y OMM. 2019).
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