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Los lagos y turberas de alta montaña son elementos icónicos del paisaje de los Pirineos muy vulnerables al cambio climático y a la creciente presión antrópica. En los Pirineos se han inventariado más de mil lagos de alta montaña, la mayoría entre 2000 y 2500 m de altitud, en función de distintos criterios de extensión y altitud. En total existen 90 lagos con profundidades mayores de 25 m, de los cuales 47 superan los 40 m. Las turberas son ecosistemas que se caracterizan por la acumulación de materia orgánica vegetal en condiciones de saturación de agua.  En el Pirineo, la mayoría son de tipo “fen”, alimentadas por precipitación, aguas superficiales y/o subterráneas. Su formación depende de la topografía y las condiciones climáticas e hidrológicas. La mayoría de las turberas  pirenaicas se generaron después de la deglaciación y han continuado acumulando materia orgánica hasta la actualidad. No existe un inventario completo de las turberas del Pirineo, aunque son menos numerosas que en otras montañas de clima más atlántico.

Las características de estos lagos y turberas (elevada altitud, radiación solar y UV, ultraoligotrofia debido a la escasez de nutrientes, aguas muy diluidas, bajas temperaturas, presencia de una capa de hielo durante varios meses, etc.) los hacen muy sensibles a factores climáticos (cambios en los regímenes de temperaturas y precipitaciones, vientos, etc). Por una parte son “centinelas” de los cambios que están sucediendo en el territorio pirenaico, dada su gran sensibilidad a las fluctuaciones climáticas y ambientales y a las alteraciones en sus cuencas de recepción. Por otra parte archivan en sus sedimentos las complejas señales del paisaje, el sistema acuático y los procesos biológicos y abióticos y cómo han evolucionado en los últimos siglos o milenios.

Durante milenios estos ecosistemas, han sostenido una compleja biodiversidad, servido de sumideros de carbono y proporcionado recursos hídricos, hábitats para el pastoreo y más recientemente para el turismo. Durante las últimas décadas, la economía de muchas zonas de montaña se ha vuelto cada vez más dependiente de las actividades turísticas relacionadas con los deportes de invierno y con el excursionismo de verano. Algunos de los elementos singulares de la alta montaña como glaciares, ibones, turberas y ecosistemas de tundra alpina son elementos dinamizadores de las economías locales, con variables figuras de protección y medidas de conservación en los distintos territorios pirenaicos. La alta montaña es el granero de agua, la fábrica de energía y el patio de recreo de todos los territorios pirenaicos, una región con crecientes necesidades de agua y recursos energéticos para consumos agrícolas y humanos. La conservación de estos ecosistemas en el marco de un desarrollo sostenible de la montaña es un reto y una oportunidad para concienciarnos de los efectos del cambio global en territorios considerados prístinos.

Impactos previsibles en lagos

 

 

 

Las zonas de mayor altitud de todas las montañas del mundo son áreas donde los escenarios futuros indican una mayor incidencia del cambio climático. Los principales impactos previstos en los lagos y turberas de alta montaña y sus cuencas de recepción están relacionados con la alteración de sus características físico-químicas y biológicas como respuesta a la variación de la disponibilidad hídrica y al aumento de las temperaturas. A estas elevaciones es importante no sólo el calentamiento directo del agua del lago, sino también la duración de la cubierta de hielo del lago y el manto nival en su cuenca. Entre otros procesos son esperables cambios en el ciclo de hielo y deshielo, en el tipo y abundancia de determinadas comunidades y en la composición química de las aguas (alcalinidad). Cambios en el estatus trófico de lagos de alta montaña se han detectado en la mayoría de montañas del mundo, asociados a cambios en el régimen térmico y de vientos causados por el cambio climático. Los impactos del CC en estos ecosistemas pirenaicos van asociados principalmente a los cambios en los regímenes de temperaturas, siendo muy probable que este efecto se acelere de forma marcada en el futuro. Algunos modelos predicen que la temperatura del agua superficial de los lagos aumentará en más de 10ºC durante el siglo XXI, en consonancia con observaciones disponibles, excediendo las variaciones experimentadas en estos lagos durante los últimos 11700 años (Holoceno).

No hay que olvidar que además, asociadas a lagos y turberas, se encuentran las comunidades vegetales de humedales y neveros, así como muchas especies boreoalpinas en el límite de su distribución, que por ello resultan especialmente vulnerables a cualquier cambio térmico o del patrón de precipitaciones.

Existen otros efectos indirectos del cambio climático derivados de la fusión de glaciares y de suelos permanentemente helados (permafrost), en particular, la liberación de metales traza o contaminantes orgánicos persistentes y el aumento de la movilización de la materia orgánica y contaminantes asociados.

A estos impactos debidos a la variabilidad climática se superponen a los causados por las actividades humanas. Los lagos del Pirineo, a pesar de su localización remota, han sufrido importantes impactos antrópicos en los últimos milenios:  la deposición de metales pesados se remonta hasta la época romana; la deforestación en las cuencas de recepción de los situados a media altura y la mayor presión ganadera ha sido intensa desde la época medieval. La introducción de peces también es una práctica antigua (primeras referencias en el siglo XV). Durante el siglo XX los impactos principales fueron la construcción de presas hidroeléctricas y el aumento del turismo y las infraestructuras relacionadas con los deportes de invierno y verano.

Impactos previsibles en turberas

El principal impacto esperable en  las turberas es su degradación debido a la pérdida de superficie inundada.Estos cambios afectarán la capacidad de estos ecosistemas para almacenar carbono, regular de la cantidad y calidad de las aguas y salvaguardar la biodiversidad, provocando una pérdida de servicios eco-sistémicos. Los cambios hidrológicos también afectarán tanto a la acumulación como a la descomposición de la turba y podrían incrementar la emisión de gases de efecto invernadero. El ascenso altitudinal del límite del bosque como consecuencia de temperaturas de verano más elevadas puede llevar a una expansión del bosque en las zonas de turberas abiertas, con el resultado de una reducción del albedo y un refuerzo positivo en el calentamiento global. Un aumento de la torrencialidad puede incrementar la erosión de las turberas, que además puede ser amplificado por el drenaje de las mismas y el sobrepastoreo.

Los efectos combinados de los cambios climáticos con los cambios locales en la hidrología tendrán consecuencias importantes para la distribución y la ecología de las plantas y animales que habitan las turberas o las utilizan. Las actividades humanas aumentan la vulnerabilidad de las turberas al cambio climático. En particular, el drenaje, quema o sobrepastoreo amplificará  las emisiones de carbono.

Desafíos actuales

A pesar de la lejanía de los principales focos de actividades humanas, el impacto del cambio climático en los sistemas lacustres y turberas de alta montaña es difícil de distinguir de los efectos de las actividades antrópicas (turismo, deposición de nutrientes, uso de recursos hídricos, etc…). Aunque el impacto humano pueda ser determinante en algunos casos, el aumento de la temperatura puede poner a estos sistemas de alta montaña en una situación de mayor riesgo, al someter a las comunidades biológicas a mayor nivel de estrés.

La falta de información detallada de las características de estos ecosistemas (desde inventarios detallados hasta cuantificación de los procesos biogeoquímicos) y la inexistencia de series temporales largas impide conocer la resiliencia de estos sistemas de montaña frente a las presiones del cambio climático y antrópico.

Para gestionar los efectos del cambio climático - y las actividades humanas - en los lagos y turberas de alta montaña de los Pirineos necesitamos planes de monitorización a largo plazo que nos permitan conocer mejor los complejos procesos que se desarrollan en estos ecosistemas y disminuir las incertidumbres de los modelos y así poder mejorar nuestra capacidad para llevar adelante políticas consensuadas de gestión sostenible.

 

 

 

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